Muchos ven lo que aparentas, pocos lo que eres.

Vive en la azotea del edificio gris, sí, el de la calle antigua. Solía dejarme caer por ahí para verla caminar con prisa a través del cristal de su ventana. A veces llegaba a cambiarse cuatro veces de camiseta, guapa con todas, pero más aún sin ellas. Se sentaba en el borde de la ventana y se fumaba lentamente todos los cigarrillos de su cajetilla Lucky mientras le sonreía al cielo. Creerme si os digo que no he visto unos ojos verdes más bonitos, o quizá era ese jodido sol de atardecer que se reflejaba en ellos. La esperaba cada tarde, y podía sentir que ella a mí ¡Os juro que alguna vez me guiño un ojo desde allí arriba! Y a veces se asomaba y dejaba caer su pelo castaño y me hacía temblar. Un día se pasó toda la tarde llorando, creo que uno de sus gatos se había subido al tejado y no bajaba. De pié en el descansillo, parecía que no tenía miedo a las alturas. Me daba vértigo. Desde aquí abajo se la veía tan segura de sí misma, tan… ¡Quién lo diría! Quién pensaría que me equivocaría tanto con todo. Que sonreía mientras le caían lágrimas invisibles y devoraba una cajetilla de Malboro. Quién diría que no se veía guapa con nada y que odiaba ese pelo suyo. Que esa tarde ningún gato se había subido al tejado, que esa tarde sería la última que la viese. Supongo que desde fuera nada es lo que parece, o eso pensé cuando la vi estrellada contra el suelo y descubrí que sus ojos no eran verdes, sino marrones.